domingo, 18 de febrero de 2018




Sara e Kali: la sierva íntima de María – III

por Vāyu-sakha.

En 1521, el cronista Vincens Philippon publicó una obra que alcanzaría vasta difusión en Francia: La legende des ſaintes marie jacobi et marie ſalome [1]. Su narración sostiene que, después de la Asunción de la Virgen, María Jacobea y María Salomé -consideradas sus hermanas- se tuvieron que exiliar de la hostil Judea junto a un séquito de setenta discípulos de Cristo. Entre éstos se encontraban: María Magdalena, Marta, Marcela –sierva de la anterior- y también Sara [2]. Todos ellos llegaron, por voluntad de Dios, a un lugar que quedaba a ſix lieues eaue sallee | “a seis leguas [aprox. 20 km] de las aguas saladas”; región que mucho después sería llamada: les maries.

Debido a que luego de alcanzar tierra firme se produjo una señal milagrosa, estos primeros cristianos en el exilio consagrarán ese lugar y erigirán ahí una capilla:

Et īcōtinēt dieu leur envoya une belle fontaine deauc doulce. Et le diſ diſciples de nreſſ° pour la voullūte de dieu eſlirent le lieu audictes ſainctes ſed aſſauoir marie iacobi et marie ſalome. Et ediffiarent une petite chapelle a lhōneur de Dieu et de ſa glorieuſe mere leurs soeurs [] Vecy le lieu ydoyne et ſolitaire pour eſtre en cōtemplacion et que nous puyſſons rendre graces adieu [] Or eſt ainſi q les diſciples eſlirent le lieu cōme ia eſt dit pour la volunte de dieu les bōnes faictes dames demeurāt en ce lieu en oraiſons juſnes menāt vie aſpre et auſtere avec ſarra leur chābriere.

E inmediatamente Dios les envió una bella fuente de agua dulce. Y los mencionados discípulos de Nuestro Señor, por voluntad de Dios dedicaron el lugar a dichas santas, a saber: María Jacobea y María Salomé. Y edificaron una pequeña capilla en honor de Dios y de su gloriosa Madre, hermana de aquellas. […] “He aquí que el lugar es idóneo y solitario para estar en contemplación y para que podamos dar gracias a Dios”. […] Y es así que los discípulos dedicaron el lugar según se ha dicho; por voluntad de Dios, las buenas y santas señoras vivieron en ese lugar en oración y ayuno, llevando una vida áspera y austera junto a Sara, su sierva. 

Después de edificar la capilla con adobes, los discípulos varones se separaron y tomaron rumbos diferentes a fin de cumplir con lo que el Señor les había dicho: Ite per universum mūdū et predicate euāgeliū nrst | “Vayan por todo el mundo y prediquen nuestro evangelio” [3]. Aunque algunos de ellos permanecieron un tiempo más en aquel recinto consagrado, finalmente solo quedarían tres mujeres:

Et les bonnes ſainctes dames demeurāt en ce lieu deſert avec la bonne ſarra laquelle ſarra ſen alloit par my la camargue que en ce temps la se nōmoyt ſticados laquelle audit temps estoit toute pleyne de īfideles demādāt laumoſne pour dieu, on luy donort baucopt dauxions / Et pax tant que leſ dic īfideles ne tenoient pas grant conte de ces sainctes dames. Et les tenoient cōme ībeſſiles ne se curarent de les faire mourir ny tourmēter.

Y las buenas y santas señoras permanecieron en ese lugar desértico junto a la buena Sara; tal Sara andaba por la Camarga -que en ese entonces se llamaba Sticados [4] y que en aquel tiempo estaba lleno de infieles- pidiendo limosna en nombre de Dios y ahí le concedían muchas donaciones / Y la paz era tanta, que los mencionados infieles no tenían muy en cuenta a las santas señoras. Y las veían como desquiciadas, y no se preocupaban por dejarlas morir ni por atormentarlas.

Según este relato, la existencia post-pentecostal de estos primeros discípulos directos de Cristo no fue nada fácil. Las dos tías de Jesucristo y una tercera mujer -que también podría haberlo sido- se entregarían por completo a una verdadera vida austera, prácticamente monástica. En esta microcomunidad espiritual, el servicio mendicante de Sara resultó crucial para la subsistencia de todas, además de ser arriesgado para ella misma: Sara recorría una región completamente desconocida y llena de personas que, aunque de alguna manera eran dadivosas, eran también indiferentes a sus padecimientos físicos y a su espiritualidad. Y ese servicio mendicante se extendió a lo largo de varios años, más allá del fallecimiento de María Jacobea y de la subsecuente desaparición de María Salomé; Sara lo mantuvo hasta el momento mismo de su propio final. Este protagonismo de las tres mujeres las sitúa, en verdad, como madres del monacato femenino; y Sara –anticipándose varios siglos a san Francisco- aparece como la primera monja mendicante del cristianismo.

Antes de concluir su manuscrito, Philippon da muestras de que también se sentía intrigado por la servicial presencia de esta última mujer, pues concede una dudosa pista sobre su identidad. Al hacerlo, sin embargo, de alguna manera vendrá socavar la importante dignidad que le concedieran Venette y Douin y que él mismo estaba prolongando hasta ese momento. Philippon registra una simple probabilidad que en su momento fue tomada por muchos como un hecho demostrado:

Aulcūs tiennet que ceſ tort la fame de pilate qui fui treduyte a la foy xpīane

Algunos sostienen que fue la mujer de Pilatos y que fue convertida a la fe cristiana.

Es difícil decir dónde y de quiénes pudo haber escuchado Philippon esa suposición o si la misma fue mero fruto de su imaginación. Lo cierto es que, mientras escribía esta vacilante línea, las Iglesias Copta, Etíope y Ortodoxa venían reconociendo desde hacía siglos a la esposa de Pilatos con el nombre de Claudia Prócula o Procla, mujer que alcanzaría la santidad luego de convertirse al cristianismo [5].

Volviendo a la relación de los romaníes con Sara: ¿se habrían identificado con ella porque también provenía de Egipto, lugar más reconocido por la Europa cristiana que la remota India? ¿Lo habrían hecho, quizás, porque Sara era una sierva y alguien que también se había dedicado a mendigar, prácticas a las que se habrían visto inicialmente obligados los propios romaníes y a las que luego la sociedad los forzaría? ¿Es posible que, en su largo nomadismo y receptividad oral, hayan logrado aprehender secciones desconocidas por los franceses respecto a la biografía de Sara?  

Mientras estas preguntas y muchas otras más continúan rondándonos, lo más cierto hasta aquí es que, para el catolicismo medieval de Francia, Sara -quien será la venerada princesa de los romaníes- era la sierva íntima de María.

 …


Sobre la frase en la fotografía

Kali Sara: e drago sluga la Marijake | “Kali Sara: la sierva íntima de María”.

En la publicación en la que originalmente aparece, esta foto posee al pie la siguiente inscripción en francés: “Iglesia de Saintes-Maries-de-la-Mer; la cripta, estatua de Sara. A la derecha, vestidos que han sido usados por los gitanos y confiados a Sara”. Y sólo como hecho curioso: véase cómo el rostro de Sara, cuya superficie está desgastada por el contacto de los romaníes (quienes tras tocarlo se hacen la señal de la cruz), deja entrever el estuco del que está hecho y se asemeja a un rostro cubierto de vibhūti o cenizas sagradas.  


Notas:

1. Para su obra, Philippon toma muchos elementos de los trabajos de Venette y Douin, si bien se concentrará en la llegada de las tres Marías a las costas de Francia. Nuevamente, a pesar de la falta de signos diacríticos apropiados, la transcripción trata de ser lo más exacta posible. 
2. A diferencia de los dos primeros autores, Philippon abreviará y mantendrá sólo el apelativo de ſarra para designar a Sara, anulando así cualquier duda que haya podido existir acerca de su verdadero nombre.
3. Cf. Mt. 28:19; Mc. 16:15; Lc. 24:47-48.
4. El nombre quizás se debía a que en la zona abundaban ciertas plantas, como la lavanda o la siempreviva, que en la herbolaria medieval fueron conocidas como sticados arabicum y sticados citrinum, respectivamente.
5. Prócula aparece con ese mismo nombre en el cap. IV de El Evangelio de Nicodemo (s. VI). Entre los apócrifos, por cierto, la única Sara que se menciona aparece en el cap. II de la Declaración de José de Arimatea, lugar en el que figura como la hija del sumo sacerdote Caifás y como perversa sacerdotisa que alentó la muerte de Jesús.



Fuente: Philippon Vincens (1521). La legende des ſaintes marie jacobi et marie ſalome. Ms. 24958, Bibliothèque nationale de France. 



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